Día 2. El corazón de las tinieblas
Moverse por la zona es complicado. A pie, los charcos y el barro ocultan el terreno firme y la mayoría del alcantarillado está levantado. El suelo tampoco es plano pues está cubierto de miles de objetos de diferentes tamaños y formas. Plásticos, cuerdas se quedan enganchados. Los peatones se mueven lento. En la mayoría de las calles de camino al auditorio se ha habilitado un único carril en el centro de la calzada que comparten vehículos y peatones. Moverse en turismos tampoco es fácil; la mayoría de la policía se dedica a dirigir el caótico tráfico. Circulamos esquivando peatones con el coche viejo de Paco y el remolque. Nos internamos hacia el Auditorio. Veo barro de colores, verde y morado. Cubos y cubetas de pintura mezcladas entre el barro y la basura. No son colores pastel. Cerca hay una tienda de pinturas en la que sus trabajadoras de uniforme intentan recuperar unas pocas latas de pintura. Pablo ve un cura, con su correspondiente alzacuellos, hasta arriba de barro, y nos lo señala. Veo tres Guardia Civiles, una muy alta en el centro de los otros dos que cargan paquetes de pañales y agua.
Llegamos al centro del caos. El auditorio es un edificio cuya gran parte de sus fachadas son cristaleras. Está situado entre calles pequeñas aunque la que da a la puerta es ligeramente más amplia. Alrededor se congregan bomberos de varias provincias, Guardia Civil, Policía Nacional, la UME, soldados rasos y policías locales de todo el País Valencià. Hay colas de gente para recoger ayuda. Hay un grupo electrógeno en mitad de la calle y con los cables tirados hacia el auditorio por el suelo, encima del barro. La planta calle se ha convertido en un enorme porche porque han desaparecido las cristaleras. Probablemente uno de los responsables de ello es un coche destrozado que está dentro del auditorio con una paca, un bloque compacto, rectangular y embridado, de basura encima. Parece hecho a posta, pero ya nada es verosímil. Alrededor del coche, y diseminados por toda la amplia planta baja hay decenas de personas intentando gestionar el almacenaje y reparto de los materiales de ayuda.
Dejamos el coche y nos bajamos decididos. Paco se queda en el coche y el resto entramos en el Auditorio. Preguntamos por quién está al mando y nos dicen que es Olga una concejala, no nuestra camarada. Está intentando poner orden en todo aquello. Enseguida hablamos con ella. No es muy mayor, está sudando, nerviosa y cansada, a punto, pero sin ser sobrepasada por la situación. Nos dice lo que ya habíamos escuchado por diferentes bocas las últimas horas. No tienen capacidad de gestionar más ayuda, tienen todo lleno. Le preguntamos qué podemos hacer. Se vuelve y llama a otra concejala, de la que no recuerdo su nombre. Nos pregunta hablando muy rápidamente en valenciano y no entendemos nada; hay ruido de gentío y maquinaria pesada. Pablo le dice que es de fuera e instantáneamente repite todo en castellano. Me parece increíble que en una situación de máxima tensión una persona sea capaz de cambiar de idioma tan rápido. Cerebros bilingües. Nos manda al colegio Roser Serrano, que digamos que nos han mandado ellas. Les damos las gracias y cuando nos despedimos me fijo en que la concejala llevaba una pulsera con la bandera LGTB. A su lado hay dos hombres con camisetas de JUSAPOL que no estaban haciendo nada en concreto.
Paco tenía que cambiar de dirección el coche, en la maniobra dos soldados comentan que no parece tener mucha experiencia llevando remolque. Finalmente hace la maniobra hacia adelante y no dando marcha atrás por indicación de un Guardia. Jorge y yo nos adelantamos a pie mientras Olga y Pablo escoltan el coche.
Llegamos al colegio Jorge y yo primero y entramos directamente. En ese momento pienso que no habíamos visto a un solo niño, ni a ningún bebe en las horas que llevábamos. El colegio, aunque con pisadas de barro, y con las paredes sucias hasta la altura que llegó el agua, está completamente despejado en su interior de fango y basura. Es con diferencia el edificio más limpio del pueblo. Caminamos por el pasillo y vemos que están saliendo un grupo de personas: profesoras, parte del equipo directivo y un conserje. Al mando una señora, pelo corto y baja estatura. Le contamos brevemente porque estamos allí, y que nos han mandado las concejalas. En cuanto descubre nuestra intención niega con la cabeza y nos dice visiblemente enfadada que “Hasta que esto no esté limpio, aquí no se puede hacer nada”. Detrás de ella, una de las ventanas del centro deja ver un coche tumbado sobre el costado y enterrado sobre 40 centímetros de barro; a unos pocos metros de allí veríamos una rata muerta. Único momento en las 48 horas que me enfado. No discutimos. Olga y Pablo lo vuelven a intentar; esta vez más vehementemente.
Al final Olga consigue hablar con el director, aliada con unas madres del cole que estaban limpiando por allí y una de las profesoras que parecía más dialogante que el resto del equipo directivo. Olga le explica nuestro plan; y que lo primero que vamos a hacer es limpiar a fondo el edificio. Él le dice que le tiene que decir que no lo puede hacer, pero que no le puede decir que no a que lleguen 100 personas mañana y limpien. Tercera vez que nos ponemos por encima de una autoridad institucional, esta vez imponiéndonos por la fuerza de lo hechos.
Nos ponemos manos a la obra, mientras la señora de pelo corto, el resto del equipo directivo, profesores y el conserje se quedan en mitad del pasillo cerca de la puerta de entrada. En corro, parloteando y sin hacer ademán de limpiar ni ofrecer ningún tipo de ayuda. Les oigo decir en voz anormalmente alta que la Conselleria de Educación no permite hacer lo que estamos haciendo.
Preparamos el primer aula que está nada más entrar con unas mesas, para que los alimentos no tocaran el suelo. Incluso, nos ponemos unas bolsas de basura por encima de las botas de agua para no manchar más. Cuando salimos a descargar el carretillo aparece una furgoneta preguntando si sabíamos dónde dejar material de ayuda. Le decimos que allí mismo. Nos ponemos a descargar y antes de meter la primera caja en el centro nos interrumpe un hombre.
Tenía unos 30 años, era alto y moreno y tenía barba. Lo había visto en la puerta cuando habíamos entrado por primera vez. Con problemas para expresarse y a punto de romper a llorar, tartamudeante nos dice que nada de lo que estamos haciendo está bien. Y que lo único que vamos a conseguir es que se pudra la comida y empeorar la situación. Intentamos razonar con él explicando que todo son cosas no perecederas. No podemos, está completamente roto y superado por la situación. Aparece la señora de pelo corto, lo coge cariñosamente del brazo y se lo lleva. El resto del equipo directivo no volvió a aparecer a excepción del conserje que se dedicó a arrastrar sus botas de agua por el colegio sin ninguna herramienta en las manos.
Continuamos descargando. Se monta cierto caos y me quedo organizando el aula de infantil reconvertida en almacén. Descargamos como 25 cajas de lejía. Voy indicando a los voluntarios que habían venido con la furgoneta y a las madres donde dejar las cosas. Se van los voluntarios con su furgoneta y comenzamos a limpiar. Una chica de ojos azules que destacan por encima de la mascarilla me pregunta si hace falta algo más. Le digo que estaría bien más mesas por si vienen más alimentos. A los 30 segundos aparece acarreando una mesa con una de las madres y se ponen a desinfectarla con papel higiénico, no hay bayetas, y lejía.
En seguida aparecen los primeros locales, dos madres con sus dos hijos adolescentes, que vienen preguntando productos de limpieza. Les digo que hay lejía de sobra. Se llevan dos botellas cada una. A los dos minutos vuelven a aparecer y preguntan si tenemos más. Me dicen que van a repartir entre la gente mayor de su bloque de pisos porque aún no pueden salir de casa. Les doy toda la que pueden acarrear. Vienen más locales y preguntan por epis. Les doy gafas de protección y guantes de trabajo; les insisto en que se lleven mascarillas porque no llevan ninguna puesta.
Paco se va. No podía quedarse mucho más tiempo. Nos despedimos rápidamente de él, menos Pablo que le da la mano. Seguimos limpiando con las madres. Dadas las herramientas que teníamos rociamos lejía por el suelo y luego arrastramos la suciedad con haraganes. No teníamos fregonas. Aparecieron más voluntarios. Desaparecen de mi vista Pablo, Jorge y Olga, voy a buscarlos y están hablando con unos franceses que a palazos están despejando de barro la otra entrada del centro. No son los primeros franceses que vemos. No hay clases en la Universidad, quizá son Erasmus.
Nos despedimos de las madres prometiendoles que mañana mandaremos al menos 100 personas para limpiar el instituto. Mari, la madre que se queda dirigiendo aquello, empieza a tirar de contactos para conseguir una karcher. Del recién inaugurado almacén cogemos comida para José, el vecino de la sede que nos dejó la radial y vino con el puntal. En una bolsa transparente de plástico Jorge metió 8 latas de conservas de comida preparada; las que calculó sobre la marcha que soporta la bolsa. Volvemos a la sede a revisar los testigos de yeso y a por las herramientas.
Estamos al otro lado del barranco y en cuanto llegamos a él localizamos la sede por la bandera republicana y porque en la pared que da al barranco hay un mural con el Guernica. A los lados del barranco decenas de voluntarios están descansando y comiendo algo. Olga habla con una chica muy joven, le pregunta si está organizada, y que si va a volver mañana. No y si. Se intercambian los teléfonos y le da la dirección del colegio. Le dice que estaremos todo el día, que lo mueva. Hay que conseguir esas 100 personas.
Justo al lado de la sede ví a un operario subido en el segundo de dos coches apilados arreglando una caja general o preparándola para conectarla al equipo electrógeno que aún no había sustituido a la torre. No han aparecido más grietas en los testigos, ni se han agrandado las existentes. Agrupamos las herramientas por tipos y las unimos con cinta de carrocero que llevamos en nuestras mochilas para que sea más cómoda llevarlas. Le dejamos la comida a Jose, que aparece justo antes de irnos; la coge, y se va, es un tipo bastante serio. Olga nos dice que ha hablado con Mari José, nos ha preparado comida. Y le gustaría hablar con ella para comentarle la nueva situación.
Victor Benedico, Secretario Político PCE Aragón. Brigadista